lunes, 1 de octubre de 2018

Con las piezas que más gusten


Dirigido por Oliver Stone, y estrenado en la 66ª edición del prestigioso Festival de Cine de Venecia en 2017, el documental “Al sur de la frontera” es una reivindicación de la lucha que encabezó Hugo Chávez para evitar el avasallamiento de Latinoamérica ante las políticas imperialistas de Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional.

En poco más de una hora, el cineasta norteamericano, ya reconocido por películas como “Platoon” (1986) y “Wall Street” (1987), intenta reconstruir el proceso de recambio político que permitió consolidar el socialismo en buena parte de los gobiernos sudamericanos, con el paso de las últimas décadas.

Desde un primer plano, Stone ya cautiva con su propuesta. Es que al externalizar su óptica, reconoce otras realidades y advierte los sesgos voluntarios a los que recurre la hegemonía mediática de su país. Desnuda, así, a medios de comunicación cómplices, que alimentan una política de Estado que sólo se propone un único objetivo: construir “nuevos enemigos”.

 “Tirano”, “Dictador”, son los términos a los que apela la prensa estadounidense cuando se refiere a Hugo Chávez. Pero es a partir de ese ataque permanente del que es blanco el presidente venezolano, que el cineasta, contra todas las vociferaciones de Estados Unidos, enaltece la vehemencia de su discurso, su ideología fundada en la figura de Simón Bolívar, y lo reivindica como el principal símbolo de lucha e independencia de Latinoamérica.

Y en una segunda instancia también aparece Néstor Kirchner, ante la negativa que mostró a la política exterior que buscaba implementar el Gobierno de George Bush, durante la histórica Cumbre de las Américas que se celebró en 2005 en Mar del Plata. “Fue el paso más importante que dio la región”, se insiste en el documental.

Sin embargo, el enamoramiento y la idealización de las políticas chavistas sólo le permiten al director dar forma a un largometraje demasiado sintético y parcial, y de conclusiones fáciles y previsibles. Que sólo se limita al testimonio de mandatarios, pero que no profundiza, en primera persona, sobre los disimiles y complejos contextos sociales que transversalizan a Sudamérica.

No se lo condena a Stone por tomar partido: sino por la intención, para nada inocente, de reconstruir un rompecabezas sin ir en búsqueda de todas las piezas que constituyen la verdadera política de intereses de la que no están ajenos los países latinoamericanos.

*Trabajo realizado para la materia "Análisis de la Actualidad", dictada por el profesor Walter Medina, en DeporTEA Mar del Plata. Crítica sobre "Al Sur de la Frontera", de Oliver Stone.

Bilenio, y el espacio como receptáculo de la ambición social


Una sociedad que no exige, nunca tiene. Una sociedad que no lucha, nunca consigue. Una sociedad que no desea, nunca alcanza. Y “Bilenio”, de James Graham Ballard, es el retrato de la opacidad anodina a la que elige someterse una sociedad que convive con la superpoblación, que naturaliza la falta de espacios y que, sin demasiada consciencia ni preocupación, decide acoplarse a la incomodidad, a la bajeza y, sobre todo, a la injusticia.

En el universo distópico que construye el escritor inglés, los estrechos cubículos en los que se habilita la vida de las personas se configuran como el espejo material que permite distinguir el grado de ambición que alimenta a los personajes: a diferencia de lo que sucede con sus cuerpos y objetos, los sueños y los anhelos parecen ingresar con holgura en esos cuatro metros cuadrados que fija el Gobierno como límite máximo de extensión de los espacios habitacionales.

Es que la sociedad de “Bilenio” no desea; se conforma con la incomodidad que signa su presente. Los diálogos que comparten a diario los protagonistas de la trama son fieles testimonios de ese vivir farmacológico. “- Has tenido suerte en encontrar este sitio (…) Es enorme, una perspectiva que da vértigo. No me sorprendería que tuvieras aquí cinco metros por lo menos, quizá seis”, destaca con énfasis Henry Rossiter, al visitar el primer cuarto donde habitaba John Ward.

La drástica reducción de los espacios se vislumbra, sin embargo, como la medida más evidente de una política que cercena, al mismo tiempo, otra serie de derechos básicos. En primer lugar, así como las personas prácticamente están despojadas de su intimidad, se pierde el valor de lo privado: la potestad sobre los cubículos recae en el Estado, que es quien se encarga de cobrar alquileres y realizar controles estrictos y permanentes para evitar presuntas violaciones a las leyes habitacionales. La población no sólo está alejada de todo tipo de lujos y posesiones, sino que también queda reducida a las penurias. Los millones de habitantes coinciden en vestimentas que aluden a una baja condición social: “Mientras se abría paso a empujones hacia las casas o las oficinas vistiendo ropas polvorientas y deformes”.

Y se experimenta otro proceso de detrimento con un tercer derecho esencial: el acceso a la comida. Entre las grandes demoras que deben soportar por la superpoblación que inunda los centros urbanos, la descripción de la oferta a la que pueden acceder los protagonistas pone el énfasis en su escasa calidad: “No sólo encontrarían colmado el bar, de modo que pasaría media hora antes de que los atendieran, sino que la comida era además insulsa y poco apetecible”.

Además, en el espacio, que ante la necesidad y ausencia adquiere un valor imponderable en el cuento, se funda una lógica mercantil que penetra sobre el inconsciente social. Es decir, las ansias y las proyecciones de vida que tienen las personas deben evadir toda pretensión de satisfacción personal para someterse a los condicionamientos que imponen las leyes del mercado. Así, en la búsqueda de nuevos cubículos no se descubre el deseo por una mayor comodidad; su impulso está dado simplemente por el hallazgo de la dignidad. El mismo escenario se ve reflejado en la concepción del casamiento: los personajes no buscan sellar su felicidad al encontrar el amor de otra persona, sino que sólo anhelan la ceremonia para aspirar la obtención de algunos metros más en sus futuros cubículos.

“Demasiado cierto. Todos deseamos casarnos para conseguir los seis metros propios”, confiesa, con absoluta naturalidad, Rossiter. En la superpoblada trama de J.G. Ballard, no hay lugar para una mirada que avizore otro futuro más allá de las “jaleas” humanas que abarrotan la circulación por las calles, que busque rebelarse y escapar de una mediocridad insoportable. La única solución que se propone para enfrentar los “ajustes” del Gobierno es amoldarlos a la rutina: “(…) en la última resolución, dijeron lo mismo, cuando bajaron el mínimo de cinco metros a cuatro. No es posible, dijeron todos, nadie aguantaría vivir en cuatro metros (…) Se equivocaban. Bastó decidir desde entonces que todas las puertas se abrirían hacia afuera. Y así nos quedamos con cuatro metros”, recuerda el compañero de Ward.

Tampoco existe oposición alguna a la política oficial. Se deja entrever que la sociedad es consciente de las manipulaciones que se realizan sobre los índices poblacionales pero nunca se produce una instancia de protesta individual o colectiva ante las autoridades: “La política oficial era ahora declarar que la población mundial había llegado a un nivel estable de veinte mil millones. Nadie lo creía”.

No hay preocupación ni malestar en el hálito que se desprende de la atmósfera del cuento: lo que se respira es comodidad. La sociedad actúa con la misma indiferencia que comulga el protagonista, que no resiste los cuestionamientos por la mala calidad de vida pero, sin embargo, nunca sale del lugar de confort para lograr un cambio de su cotidianidad: “Habiéndose entregado voluntariamente a la dinámica de la ciudad, Ward se resistía a rebelarse en nombre de una mejor taza de café”.

La complejidad de la trama no permite atribuir responsabilidades unilaterales: la nulidad de espacios no sólo responde al ajuste drástico del Gobierno, sino, ante todo, a la abulia de una sociedad que cede ante el evidente avasallamiento de sus derechos. Las injusticias que no se denuncian, el silencio que se vuelve cómplice y la resignación que se traduce en consentimiento, expone la falta de ambición que atraviesa a la sociedad de “Bilenio”. Porque quienes callan y observan y nunca cuestionan, siempre quedarán reducidos al incómodo lugar de la intrascendencia.

*Trabajo realizado para el Taller de Oralidad y Escritura I de la carrera de Letras de la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP), dictado por el dr. Juan Cegarra. La temática del cuatrimestre abordó la ciencia ficción, y de ese marco se desprende el análisis.

Entre desigualdades y otras condenas: el mundo que nadie quiere dar vuelta

Publicado en 1998 por el célebre escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano, bajo el sello editorial Siglo Veintiuno, el libro “Patas arriba: la escuela del mundo del revés” ensaya una profunda denuncia contra las políticas hegemónicas que moldearon sociedades apabulladas por la marginalidad, la desigualdad y la miseria.

Ante la enorme confusión e injusticia que advierte, particularmente en América Latina, el pensador de la Banda Oriental propone, en una primera instancia, un juego claro y sencillo: poner las cosas y a cada cual en su lugar. Así es que enumera de forma puntillosa toda acción, mérito e intervención de la política y su conjunto, para mostrar los verdaderos rostros responsables de un mundo tan enfermo y confundido.

A través de ese revisionismo histórico, el autor de “Las venas abiertas de América Latina” y “Los hijos de los días” sienta entonces sobre el banquillo de los acusados a Gran Bretaña, China, Rusia, y a otros monstruos del imperialismo que, a lo largo de las décadas, ostentaron poder pero no inteligencia como para evitar hundirse en las aguas silenciosas que arrastran el deterioro y el retroceso social.

Pero, claro está, la denuncia más fuerte se posiciona contra Estados Unidos. Entre los delitos que le imputa el periodista, lo acusa de ser partícipe necesario y tener injerencia directa en la instrucción y preparación de los dictadores que después firmarían con total impunidad los capítulos de la historia más cruentos y oscuros para Argentina, Chile, Paraguay, Bolivia, Brasil y Uruguay.

O también de haber constituido gobiernos latinoamericanos “dóciles”, dispuestos a rifar el futuro de naciones, a someterse a intercambios económicos ruinosos, a condenar estilos de vida a la servidumbre, o a cualquier otro antojo que bajara desde el sillón principal de la Casa Blanca.

El libro de Galeano, en definitiva, no sólo brinda una formidable descripción de las políticas que someten a millones y a sus países y que alimentan el enriquecimiento de unos pocos y de sus depósitos en Suiza, sino que subyace en la construcción de un relato de voluntades, que desenmascara un esquema de poder que perpetúa la “tradición del equívoco”.

La escuela que funda el escritor uruguayo cuenta con un vasto programa educativo que, en algunos tramos, hasta resulta dolorosamente didáctico y pedagógico. Sin embargo, la institución también carece de respuestas para algunas preguntas casi ineludibles.

Cómo puede ser que la mitad de los niños y adolescentes de América Latina, que suman casi la mitad de la población total, vivan en la miseria absoluta. Cómo puede ser que haya tanta miseria y tanto dinero, que ni la riqueza sepa qué hacer consigo misma. Cómo puede ser la política tan miserable y nefasta.

Y quizás Galeano, con su humilde palabra y reflexión, también se ve limitado a encontrar la cura para semejante tragedia cotidiana, pero al menos brinda un diagnóstico certero sobre esos otros padecimientos crónicos, como el machismo y el racismo, que penetran en las sociedades del mundo, desde los tiempos más remotos y primitivos.

Con la ironía y el humor implacable que siempre lo distinguió, el periodista muestra una vez más en “Patas arriba: la escuela del mundo del revés” su lucidez, y todo lo hábil y sutil que puede resultar su prosa; es una pluma que puede engañar por la sencillez y discreción, pero que siempre resulta tan punzante e hiriente como un puñal.

Las acusaciones de Eduardo Galeano no caen en lugares comunes ni se dirigen únicamente hacia la dirigencia política: también sitúan la mirada crítica sobre la dirigencia cultural. Augusto Comte, José Ingenieros, Herbert Spencer, Arnold Toynbee y hasta Jorge Luis Borges, son algunos de los reconocidos intelectuales que desfilan en una catarata de repudios, por configurar distinciones de raza, piel y género retrógradas para toda época.

Con la misma vara acusa a José Hernández y su Martín Fierro, el personaje que encarnó al gaucho pobre y perseguido, pero que opinaba que los negros y los indios eran ladrones, por mera condición étnica. “El indio es indio y no quiere apiar de su condición; ha nacido indio ladrón, y como indio ladrón muere”, reza, a modo de sentencia, uno de los versos citados por el escritor.

Y la paradoja que advierte el pensador uruguayo es tan curiosa como peligrosa: porque son muchas veces los ladrones los que terminan siendo los más robados por parte de Estados, que también están saqueados y que no tienen para mostrar más que la pálida cara de la ausencia y el abandono. Se abre así un círculo vicioso, en el que se condena al criminal, pero no a esa máquina que lo fabrica, y que nunca detiene sus engranajes.

Es que la ley, sostiene Galeano, es como una “telaraña”, que sí, que atrapa a las “moscas y otros insectos chiquitos”, pero que nunca le “corta el paso a los bichos más grandes”. Pero en la naturaleza, toda ley siempre tiende al equilibrio; en la ley del hombre, en cambio, el poder siempre tiene la costumbre de sentarse sobre uno de los platillos que desequilibran la balanza de la Justicia.

Cada una de estas consecuencias, sin embargo, son apenas una causa de la consecuencia mayor: el desprestigio y la crisis por la que atraviesa la democracia. La hegemonía del mercado, según se advierte en el relato, ya está haciendo “trizas” los tejidos sociales y hasta pone en jaque la figura del político, que se reduce cada vez más a los mandatos de las finanzas. Así, en tiempos de tanto desdén, la representatividad de este sistema se asemeja más a una abstracción que a un derecho legítimo.

Si hay algo que no le falta a Eduardo Galeano en este libro, son pruebas para demostrar que el mundo vive equivocado. Que el mundo vuela torcido y confundido. Pero cuidado: no hay que ser ilusos ni inocentes. Porque el problema que se descubre no es que todo el mundo está “patas arriba”: la tragedia es que no existe nadie con voluntad para darlo vuelta.

*Trabajo realizado para la materia "Análisis de la Actualidad", dictada por el profesor Walter Medina, en DeporTEA Mar del Plata. Humilde mirada sobre un librazo del maestro Eduardo Galeano.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Scarlet, y el desafío de posicionar a Mar del Plata como faro del cine

Foto: Diego Izquierdo
Hace un silencio. Respira. Mira para un costado. Casi como una estrategia – evidentemente ya utilizada – para detener el tiempo. Pero la pregunta no la evade. Sólo busca su respuesta apoyando la mirada en el grueso marco negro que define a sus gafas circulares, o en esa pared clara y desnuda que hace aún más inmensa la suite donde se hospeda, o sobre el ventanal que descubre la belleza inédita de una ciudad balnearia.

Es que la reflexión, la determinación y, en definitiva, la constante búsqueda de una superación, marcan los pergaminos que proyectan la carrera cinematográfica de Peter Scarlet. Tras su paso por los prestigiosos festivales de San Francisco, Tribeca, y Abu Dabi, llega a Mar del Plata con el desafío de posicionar a la ciudad como faro del cine a nivel internacional. Nada menos.

Pero pese a la pasividad y profundidad que ofrece en cada respuesta, el norteamericano parece incapaz de ocultar la ansiedad que lo invade. A poco más de un mes de lo que será la 32º edición, el nuevo director artístico decidió instalarse en Mar del Plata para trabajar y definir “de primera mano” los últimos detalles de uno de los eventos culturales con mayor trascendencia en Argentina.

En su primer contacto con la prensa, Scarlet eligió a El Marplatense y mantuvo una extensa conversación, en la que trazó sus perspectivas para el festival que se celebrará del 17 al 26 de noviembre y también reflexionó sobre el rol que ocupa el cine la sociedad, en medio del auge mundial de las nuevas plataformas de streaming.

 – ¿Cómo recibió la propuesta para hacerse cargo de la dirección artística de este Festival? 

 – Realmente estaba sorprendido cuando me contactaron las autoridades. Sabía sobre Mar del Plata pero jamás había venido acá.

 – ¿Usted conocía Argentina? 

 – Argentina sí, una vez. Hace 10 años. Y viajo un montón, quiero decir, para alguien de Estados Unidos es inusual. Pero lo que siempre me decían era que había dos festivales en Argentina: el de Mar del Plata, que era muy bueno, y el Bafici, que era fantástico. Pero en los últimos años el nivel del festival de Mar del Plata ha sido cada vez mejor.

 – Y teniendo en cuenta su paso por otros festivales en el mundo, ¿Cuáles son sus impresiones sobre el Festival de Mar del Plata?

 – Bueno, aún no he experimentado este festival. Pero en el tiempo en que he estado trabajando para el mismo, estuve viajando y viendo cineastas y gente en otros festivales de cine, y les menciono que ahora estoy trabajando en Mar del Plata y me dicen que la reputación del festival es excelente. Muy muy buena. Y sí, yo he dirigido festivales en San Francisco, Nueva York, París y Abu Dabi, y esto es más parecido a Abu Dabi, en el sentido de que todo está muy lejos de la gente de Europa, o de Estados Unidos. Es muy difícil llegar allá.

Foto: Diego Izquierdo
 “EL CALENDARIO DE ARGENTINA ESTÁ CASI ÚLTIMO DEL CALENDARIO INTERNACIONAL”

Para las últimas ediciones del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata ya resulta tradicional su celebración desde mediados de noviembre. Sin embargo, con su óptica internacional, Scarlet advirtió que este tipo de fechas producen un alejamiento del evento para con las principales mecas de la industria en el mundo.

Ante ello, el programador norteamericano sostuvo que debe replantearse el lugar actual que ocupa el festival en el caledario para lograr una mejor integración con el cronograma del resto de los países, por lo que no descartó cambios para el próximo año.

 – ¿Por qué dice que es tan difícil llegar a esos países? 

 – No hay una razón inmediata para venir porque Nueva York es Nueva York, San Francisco es San Francisco y París es París. Mar del Plata, o incluso Argentina, no es un gran mercado para la gente que está manejando películas, vendiéndolas, o distribuyéndolas.

O también, otro factor que probablemente no tengas en cuenta es el tiempo. Si por ejemplo voy a Toronto en septiembre, veo una película increíble y la quiero presentar acá, necesitamos a los actores en noviembre. Pero el talento de la gente de la película tiene que estar en Nueva York, porque la película se estrena en diciembre, así que no pueden viajar y entonces siempre hay que andar haciendo cálculos. Esto es una verdad en todos los festivales, pero las condiciones de acá son distintas a las condiciones que he experimentado en otros festivales.

 – ¿Usted sostiene que la fecha de nuestro festival se contrapone con la de otros festivales?

 – Sí, bueno, el calendario de Argentina está casi último del calendario internacional.

 – ¿Entonces entiende que el calendario que hoy tiene el festival lo perjudica? 

 – Es complicado. Estamos viendo de qué manera cambiarlo tal vez para el próximo año. Es que también estos días coinciden con el día de Acción de Gracias en Estados Unidos. Así que hablé con mucha gente que no podía venir porque tenían que estar en la familia. Pero siempre hay factores como ese porque, lamentablemente, las encuestas muestran que en los próximos años van a haber cada vez más festivales. Y quizá estén en un mercado más grande, tienen más plata. Entonces eso hace más difícil traer películas.

 – ¿Y qué es lo que lo posiciona entonces en el festival de Mar del Plata, teniendo en cuenta todas estas dificultades? 

 – Volvé y preguntame eso cuando termine el festival. Porque aún no lo experimenté. Lo que sí he escuchado, como ya te dije, es que la gente dice que Mar del Plata es genial, y me refiero a mucha gente en Buenos Aires, acá mismo o en Latinoamérica. Me dicen: ‘¡Oh! Mar del Plata es mi festival favorito ¿Por qué? No lo sé, es simplemente tan genial’ Y realmente es una gran experiencia humana.

Foto: Diego Izquierdo
 NETFLIX, LAS NUEVAS PLATAFORMAS Y EL LUGAR QUE HOY OCUPA EL CINE 

El auge de las nuevas plataformas y servicios en línea en el mundo de a poco parece constituirse como una amenaza que atenta con desmoronar parte de esa concepción tradicional del cine que supo predominar y sostenerse durante décadas. El debate en la industria ya está instalado hace tiempo. Y a principios de año tuvo uno de los mayores focos de discusión en Francia.

En el país europeo, se estipula que deben pasar tres años para que una película que tuvo lugar en la pantalla grande pueda llegar a un servicio de streaming. Sin embargo, Netflix omitió toda normativa, impuso sus propias reglas de juego y suscitó fuertes críticas por parte de cineastas y productores, al punto que el festival de Cannes decidió prohibir el ingreso de sus producciones a la competencia. Para algunos, la discusión es estética, y, para otros, pasa por términos económicos.

 En este escenario de cambio, Scarlet aporta una mirada de raíces más clasistas, que resguarda más el pasado que el futuro. Si bien apunta sus críticas para con estas plataformas, el productor estadounidense no advierte “peligros” y pondera como “única” la experiencia que transmite el cine.

 – Con Netflix tengo que ser muy crítico porque, al menos en Estados Unidos, no muestra nada que tenga más de 15 años de antigüedad. No hay cine mudo. Creo que la única película muda es Metrópolis, de Fritz Lang. Casi no hay películas en blanco y negro. Hay una larga historia en el cine y si sólo ves Netflix jamás te enterarías. Porque Netflix sólo es un pedacito de esa historia.

Cuando era joven, no teníamos la opción de ver películas de acá, de allá, o de alguna otra manera. Teníamos que viajar, teníamos que ir y movilizarnos para poder ver algo. Y a menudo las copias no eran buenas como lo que podés ver ahora. Si querías ver una película vieja era en 16 milímetros, el contraste era malo, estaba dañada, rasgada. Pero tenías la chance de ver películas con otra gente. Y eso era genial. Así era como las películas eran hechas, y creo que aún lo siguen siendo: para ser vistas con otra gente en una gran pantalla. Martin Scorsesse dice que podrías ver Lawrence of Arabia en un celular, pero la experiencia jamás se acercaría a la que experimentarías en un cine.

 – La conclusión entonces es que la experiencia de las salas del cine es inigualable… 

 – No es que sea peor o mejor, sino que es muy diferente.

 – ¿Le parece que puede resultar peligroso Netflix o alguna otra plataforma para el cine?

 – Las cosas cambian, y no podés pararlo. Existen alternativas como ahora en Los Ángeles; Christopher Nolan, Quentin Tarantino, están peleando por la película física. Grabando en 16 milímetros o en 35 milímetros, y no grabando en digital. Para preservar los lugares donde las películas puedan exhibirse. Para mí la diferencia entre película y vídeo es todavía muy evidente. Vi la película de un buen amigo mío que es un reconocido cineasta y pasaron su película a vídeo. La vi en el Museo de Artes Modernas de Nueva York con una proyección impecable, y la imagen se veía muerta, plana. No tenía luz en ella. Y después está incluso la forma rara del cine porque hasta 1947 las películas se hacían en nitrato, el cual es extremadamente peligroso, y fue prohibido después del ’47. Sólo hay algunos pocos lugares donde podés ver películas en nitrato. Y una vez que viste una película en nitrato… ¡Oh por Dios! Una belleza increíble.

Foto: Diego Izquierdo.
 – ¿Y a la industria del cine cómo la ve posicionada hoy? 

 – Para mí está cambiando mucho todos los días.

 – ¿Y le sorprende esos cambios? 

 – Sorpresa no parece una palabra lo suficientemente fuerte. Cuando yo comencé en los festivales, teníamos un proyector en nuestra oficina que podía proyectar 35 milímetros. Entonces tomábamos un largometraje, y veíamos un carrete a la vez. O ibas al cine y lo veías. Después vino el VHS, entonces veíamos VHS. Después el VHS fue reemplazado por el DVD, ¡DVD!… En Agosto fui jurado del festival de Lima. Y en Lima se encuentra el mercado más grande de DVDs piratas en el mundo. Y cada stand está lleno de gente con álbums de absolutamente todo. Entonces, todo el cine está en algún mercado de pulgas de algún lugar. Y ahora, DVD, Blu-ray, ya pasaron de moda. Ahora en este festival todo es desde la nube. Tenés el código, entrás con la contraseña y podés verlo ahí. Lo podés conectar a tu TV, a tu proyector. Pero 3 días después el link expira. Así que si querés verlo de nuevo, te tenés que pelear porque tenemos 300 películas. Entonces yo mismo tuve que ir con los programadores para tener una visión fresca para presentarla porque francamente, la película que vi hace 2 días por ahí no la recuerdo bien, y la que vi hace 2 meses probablemente no la recuerde para nada. Entonces ahora, no es que pueda sacar el DVD del estante, sino que tengo que escribirle a alguien que no sé ni dónde está para pedirle por favor que me dé otra contraseña.

“EL CINE EDUCA Y ENSEÑA”

Al brindar su reflexión sobre la significancia del cine para la sociedad, Peter Scarlet recordó su pasado como docente en distintas instituciones y vinculó a la pantalla grande como uno de los puentes más directos para “educar” a las personas.

 – Me di cuenta que en los festivales la gente puede aprender mucho más que en una clase. ¿Por qué? Porque la gente se pregunta: ¡Oh, diablos… esto estará en un examen final! Pero cuando te sentás y ves una película te relajás. Y cuando te relajás, podás aprender mucho más. Para algunos esto no se puede decir, pero el cine, en secreto, educa y enseña.

 – En su rol como director de festivales, ¿Cuál es el sello que busca imprimirle a sus trabajos? 

 – Supongo que mi sello personal sería cuando yo me vaya, que la gente pueda seguir adelante con la misma pasión, la misma seriedad pero con la misma alegría y juego. El cine tiene que ver con lo lúdico y lo serio al mismo tiempo. Esto es raro, porque he visto gente que enseña cine y es aburrida. Y he visto gente hacer festivales de cine que también es aburrida.

 “ZAMA ES LA MEJOR PELÍCULA QUE VI EN EL AÑO” 

 En su vínculo con cine argentino, el director norteamericano recordó que uno de los miembros del jurado del Festival Internacional de Abu Dabi era Luis Puenzo, quien logró el Óscar por “Mejor película extranjera” con “La Historia Oficial”.

 – En ese festival tuvimos muchísimas películas argentinas elogiadas.

 – ¿Y ha visto alguna producción nacional que lo haya impactado?

 – La mejor película que he visto este año, y que estoy muy triste de no poder mostrar ahora porque tuve que verla después de abrir el festival, es Zama, de Lucrecia Martel. Para conseguir lo mejor de la película, la vi de nuevo y estoy leyendo ahora la novela. Es un logro fantástico. Así que deberían sentirse orgullosos de tener un cineasta tan bueno.



 – ¿Por qué le parece un logro fantástico?

 – Porque Martel muestra la maestría del cine, es alguien que sabe del cine. Nunca había adaptado una obra de literatura antes, y toma este libro y lo vuelve película. Es fascinante.

 Zama significa el regreso después de casi una década de ausencia de Lucrecia Martel a los cines. Se trata de la adaptación a la pantalla grande de la novela publicada en 1965 por Antonio Di Benedetto. El film representará a la Argentina en el Oscar a Mejor Film en Idioma Extranjero, y también fue votado por 164 integrantes de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas para poder competir por el premio Goya Iberoamericano.

*Entrevista realizada para el portal de noticias El Marplatense. Experiencia, claro está, de kilómetros varios.

martes, 31 de octubre de 2017

Mar del Plata, y un vínculo que quiebra el olvido

Fotografía: Creciente. Diego Izquierdo.
Creada por el grupo marplatense Creciente, en su primer disco “Mareo” (2016), la canción “Un mar tras de una loma” reflexiona sobre el vínculo que une a Mar del Plata con su mar, con la inmensa custodia natural en la que se hunden sus límites y llanuras.

“Es un cuadro que se ve y que no se pintó”, es uno de los versos que se desprende de la dulce voz de Ingrid Bretschneider, y que casi sintetiza la esencia de la primera entrega discográfica de una banda que eligió sumergirse en un género experimental - aún no definido por sus propios autores - pero que encuentra guiños con el tango y la milonga.

A diferencia de otros tramos del disco, que sortea en sus distintas letras una suerte de retrato de Mar del Plata, en la segunda canción de “Mareo” asoma una reflexión sobre el amor pero la mirada más profunda sobrevuela sobre esa masa cristalina que se esconde detrás de la “loma de Colón”.


La banda de raíces marplatenses, y que tiene como principal exponente al guitarrista Leopoldo Juanes, no sólo pregunta el significado del mar sino que también se atreve a una respuesta: es, sostiene, “el llano tibio nexo más cercano”.

No es una reflexión arbitraria ni casual la de Creciente en “Un mar tras de una loma”: es que desde tiempos inmemorables se cuestionó la poca importancia y sentido de pertenencia que Mar del Plata tiene para con la principal belleza que la distingue.

La particular acústica y percusión que construye la atmósfera de la canción, con esos compases inspirados en oleaje del mar, y que se mantienen presentes en el resto del disco, son en definitiva otra respuesta implícita que la banda marplatense ofrece a la discusión. Que el mar, sin rencor al olvido y el desprestigio, también es principio y final.

*Trabajo realizado para la materia "Análisis de la Actualidad", dictada por el profesor Walter Medina. Escueta reflexión sobre una canción.